Cada poco tiempo salta a los titulares una noticia relacionada con la identidad digital de las personas: datos impactantes de fraude online y suplantación de identidad, los gobiernos de Rusia, China o Australia introduciendo nuevas directrices que no siempre respetan tanto como deberían la privacidad de las personas, o un fallo en la seguridad de un sistema, como la identificación biométrica de Apple para desbloquear el móvil.
Suenan las alarmas, y se acentúa la preocupación por la seguridad de nuestros datos y por nuestro derecho a la privacidad. Nos sentimos expuestos y vulnerables. Nos preguntamos si realmente necesitamos toda esta tecnología, o nos estamos exponiendo a riesgos innecesarios simplemente por hacer nuestro día a día más fácil y cómodo, por nuestro deseo de inmediatez
¿Qué es un lujo, la tecnología o la identidad?
Nuestra identidad digital es ya una parte indisoluble de nuestras vidas, así como la tecnología que nos permite gestionarla. Pero la percepción de la necesidad no es siempre la misma. En la mayoría de países occidentales damos por hecho el tener una identidad oficial, tanto real como digital, y creemos que la tecnología es un lujo, en el sentido de que nos facilita el día a día pero no es estrictamente necesaria. En cambio, en países en desarrollo demasiado a menudo lo que es un lujo es tener una identidad oficial, poder demostrar quiénes somos.
Pero no se trata simplemente de demostrar nuestra identidad, sino de todo aquello a lo que esta nos da acceso, como la educación, los servicios sanitarios o el derecho a votar. En determinados lugares, poder demostrar tu identidad puede llegar a ser una cuestión mucho más seria, incluso puede depender el acceso a servicios que salven tu vida.
Así, la crisis de identidad no es tan global como parece, si tenemos en cuenta las diferentes perspectivas. En algunos lugares la preocupación es que nos roben nuestra identidad —nos suplanten o roben nuestros datos— o que los gobiernos o las grandes empresas no respeten nuestra privacidad. En otros, la prioridad es tener una identidad y poderla demostrar. Y aquí la tecnología juega un papel esencial.
La identidad del futuro será digital
El proyecto Sustainable Development Goal 16, promovido por las Naciones Unidas, quiere asegurar que todo el mundo tenga una forma legal de identidad para el 2030. ¿Por qué este imperativo?
Actualmente en el mundo hay unos 1,5 billones de personas que no tienen forma de identificarse, la mayoría de las cuales son mujeres y niños de las zonas más empoecidas del planeta. Es decir, los colectivos más susceptibles de sufrir abusos y negligencias, ya que además sin una identidad demostrable son invisibles.
También se estima que el 42% de mujeres de países en desarrollo no tienen una cuenta bancaria porque no pueden identificarse y demostrar quiénes son, lo que las priva de independencia financiera.
¿Puede la tecnología ayudar a resolver estas situaciones? La respuesta es que sí. El primer paso es pasar de los sistemas en papel a la identificación digital, por ejemplo con sistemas de reconocimiento biométrico, que identifican unívocamente a la persona.
El caso de Nigeria es paradigmático en este sentido. Cuando en el 2003 Ngozi Okonjo-Iweala accedió al cargo de Primera Ministra de Finanzas se encontró con los «pensionistas fantasma», identidades falsas creadas por bandas criminales para reclamar pagos y otros beneficios. De hecho, el sistema les funcionaba tan bien que pasaban de ser trabajadores fantasma a jubilarse y ser pensionistas fantasma, aprovechando la identidad falsa durante años.
La creación de un sistema de verificación de la identidad digitalizado y basado en tecnología biométrica, un proyecto que se materializó en el 2015, no solo permitió identificar a más de 65.000 trabajadores fantasma, sino que «hizo aparecer» a miles de personas que hasta el momento habían sido invisibles.
El delicado equiliio entre identificación, seguridad y privacidad
Es cierto que la digitalización de la identidad y la globalización, además de la democratización de la tecnología, han incrementado los riesgos —las cifras de fraude online han aumentado en los últimos años—.
Pero creemos que los beneficios de las tecnologías de verificación de la identidad digital son mucho mayores, y que el futuro pasa por buscar un equiliio, y un adecuado marco regulatorio, para estas tecnologías, de forma que no se limite su avance, pero sí se reduzcan al mínimo los riesgos.
La identidad digital nos expone, pero a la vez nos hace visibles, nos protege y, en cierto sentido, consigue que no seamos invisibles en el mundo real. Ahora simplemente queda trabajar en los límites.